Para que la culpa nunca ofenda al perdón…
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Últimamente, mi mente divagaba sin restricciones (o casi) cuando me volvieron a la memoria estas palabras: «Es porque uno se siente culpable que cree tener una deuda infinita con respecto a lo que ha recibido».
Sin duda, influenciada por el perfume floral y el sabor a chocolate de San Valentín, me pregunté sobre el impacto y el peso de la culpa en el sincero deseo de reparar una amistad malusada, un amor herido.
¿Qué sucede con las intenciones honorables cuando quedan atrapadas en un sentimiento de culpa demasiado pesado y persistente?
No vayan a creer que defiendo la arrogancia en menosprecio del dolor infligido. Toda herida exige disculpas indispensables, sencillas, sinceras y sin reservas antes de poder obtener la liberación de una cuarentena temerosa.
Una justa dosis de culpa es concebible cuando el pacto de sinceridad ha sido manchado, la confianza degradada y la integridad de los sentimientos afectada.
Pero cuando la promesa del perdón humildemente implorado comienza a dibujarse, hay que medir la fuerza de la señal enviada y entender que, a pesar del dolor, el deseo de amar resiste tanto como la esperanza de que la magia vuelva a operar.
No esperen que les entregue una receta universal. El asunto es demasiado delicado. El dolor tras una herida causada por una traición, un engaño o una mentira depende tanto de la sensibilidad propia del ser ultrajado como de la intensidad del vínculo entre los protagonistas.
La sutil prescripción a administrar solo podrá ser efectiva si la dosis es completamente personalizada. Pero que ninguna de las partes culpables pierda la esperanza. Más allá de las pérdidas, si al menos una mínima huella de un amor verdadero sobrevive al caos, será suficiente para contemplar un posible futuro.
Después de la conmoción y el rechazo, la salvación reside en la capacidad de uno para implorar el perdón y en la generosidad del otro para concederlo. Pero para que el campo de las posibilidades se abra por completo, es imprescindible que el culpable renuncie a la parálisis de un autoflagelo excesivo y se atreva a reinventarse, capitalizando en la benevolencia que llevó al otro a perdonar.
Este enfoque constructivo alivia y favorece el justo reajuste de la deuda que sabemos que debemos. Mientras que consumirse en el remordimiento agrava el sufrimiento, obstaculiza la dinámica del perdón y paraliza la autoestima, lo que no augura ninguna perspectiva feliz.
Ningún vestido remendado recupera su esplendor. Hace falta algo nuevo, algo inédito para sorprender y reconquistar. Nada es más generoso que un corazón que se libera. Nada es más receptivo que un corazón que reaprende la alegría.
Un futuro feliz se dibuja cuando el presente se vive plenamente. En lugar de arriesgarse a perderlo todo al permanecer encadenado a los errores del pasado, es fundamental decidir conjugar en tiempo presente el verbo reinventar.
Esta perspectiva libera todo el potencial del ser humano para transformar el veneno en remedio y así crear una felicidad amplificada.
No diré más, tengo curiosidad por descubrir cómo resuenan mis palabras en usted…